Estoy en una estancia que parece nave con un ventanal enorme, desde el cual se ve en atalaya la ciudad. Estoy con una prima que tiene diez años de edad, y con alguien más, cuyo rostro no recuerdo, tal vez es mi tía, o sea: la madre de la niña. El cielo está nublado. Desde la ventana veo algunos torbellinos lejanos, que se acercan poco a poco. Luego uno de esos torbellinos está justo sobre nosotros, de modo que vemos rayos eléctricos. Cuando todo ha pasado, me doy cuenta que la puerta está abierta. Afuera hay mucho viento y un vapor blanco y frío. Salgo. Unos hombres observan la ciudad. Vuelvo dentro, cierro la puerta, espero el siguiente torbellino. No tengo miedo. Incluso, siento una especie de fascinación.