lunes, 2 de agosto de 2010

EL MURO Y EL MAR

Estoy con mi mamá, no estoy segura de qué lugar se trata, quizá es Europa. Visitamos una iglesia blanca, dentro de la cual y en cuyos alrededores hay monjes, alegres y serenos, cubiertos con sus hábitos. El espacio es grande, como una llanura, y el cielo está completamente despejado. Ahora estoy en un muelle; a través del orificio de un muro blanco (que está ahí, como una ruina, sin colindar con algo más) veo el mar en su esplendor azul. Tomo una cámara y la acerco al orificio del muro, para retratar la imagen. Veo la fotografía que he tomado: no es fija, sino que las olas del mar se agitan en ella, es increíble, se la muestro a mi madre.
Ahora estamos en una posada blanca y cálida. Tenemos cierto temor, pues parece que hay una especie de villano que entra a los cuartos, bajo las puertas, como vapor o neblina.
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Con mi baja estatura pierdo glamour, pero gano simpatía. Me alegro con facilidad: "sí, sí, sí, yo quiero mambo, mambo". Soy una persona agridulce. Me gusta el mar y cualquier agua clara o verdeazul en la que pueda zambullirme. Mi escritor favorito es Italo Calvino, de quien aprendí que, en medio de la mezquindad, un impulso de amor general puede originar un universo.